La verdadera globalización del ciclismo: todos los caminos conducen al asfalto

Cuando la globalización llamó a la puerta del ciclismo, viajó a nuestra mente la imagen de un cielo surcado por ciclistas, en viaje permanente de unos continentes a otros. También colores inusuales que izarían éxitos de nueva bandera, o la incorporación de escenarios exóticos a las primeras planas: de la aridez del desierto rodeando bicicletas al ocre del suelo africano repartiendo por primera vez suertes y arcoíris cual cupón de la ONCE. Al más puro estilo del Dr. Frankenstein, la UCI ha perdido el control sobre su propia creatura. Un ciclismo que viaja a la deriva, sumido, cuesta abajo, sin volante ni timón, con un fin de viaje irremediable: el eclecticismo elevado al cubo. Lo que parecía afectar solo a la indefinición de las fronteras, de baja aduana histórica en el ciclismo, ha alcanzado a todas las médulas habitantes en él. La disciplina ha visto difuminada la acepción que refiere el término a modalidad. Se dice que todos los caminos conducen a Roma, si bien en ciclismo todos los caminos conducen a la carretera. Algunos, incluso, como si fuesen U2, Swift (Taylor) o Karol-G de gira, han sido empujados irremediablemente al éxito sobre la carretera. 

Lo global ha superado el catecismo (con 'c'): "barro eres y en barro te convertirás". Pues no, no siempre. Del barro vienes, sí, pero la carretera será el destino de tus huesos. La Meca, el fin y sueño dorado para muchos, la categoría que reparte carnés de candidatos a los loores de la leyenda o al cruel olvido. Cuando la generación que ocupamos cambie el chupete por el bastón, nadie se acordará de seis mundiales en pista, de ciclocrós o de ciclismo de montaña. En cambio, la poca lucidez que el paso de los años permita a las maltrechas e infracuidadas neuronas mencionará el número de maillots amarillos que el Tour de Francia haya impuesto a cada corredor. Un ejemplo evidente recae sobre las espaldas de un Sir tan peculiar como incapaz de producir indiferencia: Bradley Wiggins. Discípulo indirecto de Chris Boardman, recibió todos los honores cuando conquistó el techo del ciclismo internacional, el Tour. Los oros olímpicos en pista habrán tenido que ver más como ensalada de acompañamiento que como plato principal. A Chris Hoy le costó más de media docena de títulos mundiales conseguir la Orden. Siguiendo los pasos del ex pupilo del Sky, otro Chris (Froome) recuperó sus tradiciones keniatas corriendo ladera arriba en el Mont Ventoux. También en el Ventoux (2013) parecía intentar echar a volar cual niño de ET. Con cestita quién sabe si hubiese cambiado la bicicleta por un parapente. Hoy (el ciclista, no el adverbio), por ejemplo, dio el salto al automovilismo. No hay que olvidarse de Thomas (¿qué Thomas?), pistard antes que campeón de Tour. 

Mathieu Van der Poel al menos mantuvo la bicicleta. Saltó del barro a la carretera, donde se pringa irónicamente más para conseguir todas las carreras y reconocimiento que desea. Mismo caso el de Wout Van Aert, el archirrival que en la ruta rara vez se impone, y en el CX a veces carbura mejor. Como en el piedra, papel y tijera, la carretera aplasta la hoja afilada del barro. En este caso, las piedras también mandan y sobre el papel marcan más el sentido de las habladurías. Flandes y Roubaix fagocitan casi todo. Peter Sagan vino antes, alcanzando eso del hype, aunque le faltó la tiranía de los dictadores de nuestros días. El manejo que el MTB dio al eslovaco no lo disfrutó de primeras Cadel Evans, cuya rueda trasera era evitada en esos primeros años de adaptación cuando no era tan común el cambio. En tiempos del australiano, figuró también en el Mapei un tal Miguel Martínez, tan de familia ciclista como Lenny, Yannick y Mariano, el hasta ahora mejor de la saga. Del MTB ha saltado también Tom Pidcock. Se le ha visto venir, como al tren que enseña una intensa luz en la lejana noche, pero hasta que coronó en solitario Alpe d'Huez no se le echó a los hombros la herencia de Wiggins. En versión norteamericana está Floyd Landis, quien aprendió a frenar con las ruedas gordas y curiosamente se pasó de frenada con las finas.


Más radical es el viaje de Remco Evenepoel, un futbolista prometedor al que un balonazo hizo cambiar de deporte. Quién sabe si en un universo compartido con Courtois, Hazard, Lukaku y cía le hubiese ido tan bien acumulando oros, pero se hace difícil pensarlo. Otros han saltado casi literalmente desde el esquí, como Primoz Roglič. Tanto descender montañas a todo trapo para después sufrirlas a través de interminables carreteras, dirá. ¿Es dura la calle? Claro, él lo sabe. De nuevo el asfalto en escena, superficie que ha besado en varias ocasiones con visibles consecuencias que le han dificultado el tránsito de arcos de seguridad. Ya hasta desde los ríos de las motocicletas se llega al mar del ciclismo, como es el caso del ilusionado Aleix Espargaró. Y hay más, claro. Del triatlón proceden varios nombres que empiezan a sonar, como el de Javier Romo, pupilo del Movistar que ha estrenado casillero de victorias en el Tour Down Under. Vingegaard viene de limpiar pescado ("mayorista", que diría aquél), aunque la pesca no sea olímpica. Pero nunca está pez. 

Parece que para triunfar en el ciclismo de carretera debes descansar de la disciplina antes de practicarla. Es curioso, cuando la lógica (a veces la más ilógica de las ciencias) indica todo lo contrario, como aquello de las 10.000 horas de Gladwell para dominar un área y tantos otros manuales de autoayuda disfrazados de best seller. Que se lo digan a la auténtica reina de este multitasking ciclista, Pauline Ferrand-Prevot, la francesa de Reims (no perderse el rosetón de la catedral gótica) se ha colgado al cuello oros en el Mundial de hasta cuatro disciplinas diferentes: MTB, CX, gravel y, cómo no (oh, sorpresa), carretera. El gravel es la última moda, el último tren que ha dado pie a subirse a nostálgicos, influencers e incluso algún que otro ciclista todavía profesional de carretera. Al final es pedalear por tierra, no tiene más. En concepto, de hecho, es bastante similar al asfalto, sobre todo si la lluvia no media. Van der Poel está a un oro mundial en montaña de la francesa. 

Hay muchos más casos, más antiguos y nuevos, lo sé. Sin ir más lejos, el ciclocrós (ahora conocido como CX) en Bélgica y Países Bajos (antes conocidos como Holanda) siempre ha tenido popularidad y otorga en proporción buenos premios en metálico. Pero, en resumen, la globalización ha acabado por un totum revolutum donde el de CX es campeón del mundo, el de carretera se va al gravel, el de MTB gana en summums de alta montaña del ciclismo, otros pasan de esquiar sobre nieve a pedalear junto a Nieve, el otro que gana en un puerto se impone al sprint (ya no hay escaladores, ¿recuerdan?). Todo está muy loco, en constante cambio, en constante mezcla. En plena aceleración que ni Tadej Pogačar podría resistir la rueda. ¿Pero rueda de qué tipo? Sin cambio, no eres nadie. O eso parece. ¿Pero SRAM, Shimano...?

JM

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