Sobre la Vuelta a España y la salida desde el Piamonte...


Se hace oficial un secreto a voces: Turín y el Piamonte acogerán la salida de la Vuelta a España 2025. No por esperado el anuncio ha dejado sorpresas por el camino, casi todas con sabor amargo y causando unanimidad en los juicios emitidos, al menos en redes sociales, porque las formas de opinión más tradicionales apenas se han pronunciado sobre este asunto. Tres etapas en suelo italiano, con salida en un marco precioso, y una cuarta con partida también en Italia y destino la ciudad francesa de Grenoble. Cuatro días fuera de España en un evento que se define a sí mismo como "internacional" (mal eslogan para buscar la representatividad dentro de sus propias fronteras, junto a la histórica, el gran debe de la carrera con respecto a sus homónimas francesa e italiana) y que destinará tres salidas consecutivas, con la importante repercusión mediática y hostelera que ello conlleva, a países distintos de España. Sólo el Tour, con salidas desde Copenhague (2022), Bilbao (2023) y Florencia (2024), había firmado una secuencia similar. Se debe notar que Tour y Vuelta tienen detrás a la misma empresa, ASO. Con Mónaco como anfitrión confirmado del pistoletazo de salida de 2026, la noticia empezará a ser la edición que arranque desde el país original de las carreras. En el caso de La Vuelta, desde España. Para reflexionar. 

Lo peor no es lo sintomático, sino lo que a efectos prácticos se ha preparado para arrancar la Vuelta en 2025. Se oficializan tres etapas que, más allá de nuevos paisajes para el espectador, ofrecerá más bien poco en el plano deportivo: una primera etapa totalmente llana para lucimiento de los velocistas, un final en alto sin mayor gracia (14 kilómetros al 4%) que parece una gráfica del dichoso Euríbor y una etapa con final en repecho, un uphill que dirían los antiguos modernos. Por si fuera poco, se ha enseñado el adiós a Italia, desde Susa, a los pies de Finestre (montaña tentada por el Tour grande y conquistada por el de L'Avenir), y a través de Montgenevre y Lautaret, los dos primeros puertos de montaña que pasarán a la historia por haber sido escalados en las tres grandes vueltas, por si las partidas de Trivial. La cuarta etapa promete (sarcástico), con la justificación de un traslado a España en el que no mediará un día de descanso. Ánimo a los transportistas que la mañana siguiente deberán amanecer en Figueres (Girona) al tiempo que los corredores sean trasladados de forma exprés por el aire. 

El miedo a Pogacar ha podido tener que ver. Se rumorea la participación del caníbal del momento, de un ciclista que fagocita la atención mediática e impide que ningún otro sol brille. Tal vez, una columna de opinión a cargo de Evenepoel y una página interior para Vingegaard, al que se le han visto las costuras mediáticas una vez no ha podido revalidar la victoria en el Tour sobre el esloveno. Van der Poel se sienta a veces en esa mesa. El resto, al fondo, figurantes sin frase, de esos que rellenan cafeterías y fingen que hablan. Si el esloveno es capaz de toser y decidir una carrera, mejor que pase en terrenos más avanzados, que la emoción (esa falsa emoción que obsesiona a los organizadores) no abandone la carrera. Un error, porque no se conoce la circunstancia, ni el antes ni el durante. El final del mes de agosto está muy lejano como para contemplaciones. Un recorrido así de insulso (que no insulto, aunque lo parezca) sin Pogacar es difícilmente sostenible. Un riesgo necesario que asumir. 





Piamonte significa eso, al pie de las montañas, donde vivía Marco y donde nos vamos a quedar, que nadie se ilusione en demasía. Los Alpes, de telón, pero sin degustarlos, cosas de la cocina moderna. La pregunta es obvia, y es que además del montante económico, ¿cuál es la propuesta que ha llevado a una carrera española a tomar la salida desde un punto tan lejano? Ahora el mantra oportunista es vendernos que la Vuelta a España es un evento internacional (cuando vengan las vacas flacas, nos imaginamos a las instituciones públicas internacionales sacando a la carrera del atolladero). Si hubiese sido visitar los Alpes por una vez en la vida, qué pena no haber probado el Izoard (¡qué bonito hubiese sido!) o haber demostrado que en suelo italiano también se puede ofrecer un menú Vuelta style. Pero no, no se sabe si pudieron más las prisas que los miedos o al revés. Esta vez ni siquiera nos hemos encontrado en la mitad del camino. Si estas cuatro jornadas se celebran en las llanuras centroeuropeas, pase. Pero, ¿en el norte de Italia? Hacen falta más argumentos para ilusionar al personal, que de eso se trata la presentación de los recorridos. ¿O me equivoco?

Pero, como siempre, los menús se diseñan para el comensal de brocha gorda. De acuerdo en que es más atractiva una competición que no vive decidida desde el día 1. Pero también lo estaremos en que la diferencia de fuerzas se plasmará más tarde o más temprano en cuanto exista una cuesta medio qué. ¿Van a restringir las cuestas hasta las etapas 14 y 15 al estilo del Giro de Italia? Cuánto lo dudo. Si estos diseños responden a la existencia de etapas de gran dureza en el recorrido es algo que podremos ponderar una vez se haya desvelado en la presentación oficial del día 19 de diciembre. Pero, de nuevo, el complejo, la contención y la excusa muda son la tónica, la sensación predominante. Nunca se había observado tanta unanimidad en las redes sociales, cambiando la euforia soñada de un "pedazo de etapa" por un "meh". No me parece una buena estrategia. ¿Me vuelvo a equivocar?

Por lo demás, esperan los dibujos imposibles y la tradición última de los traslados eternos (la huella de carbono sólo vale para el Tour). Entre los grandes atractivos, Andorra y el inédito Port de Cabús (Pal hasta arriba), los asturianos Angliru y Farrapona -se espera que convertidos en el epicentro de la carrera-, el presumible regreso de Belagua, las cronos de Figueres y Valladolid, Ávila, Madrid y poco más. Poco más se sabe, quiero decir. Un menú que puede responder al hambre de ciclismo y buenas etapas o volver a dejarnos a medias, como sucede habitualmente con las Grandes Vueltas modernas, a caballo entre la búsqueda del atractivo y del beneplácito de los corredores, esa inquisición que ha tomado las riendas y ha cambiado el orden lógico mundial. Antes, las carreras proponían y los ciclistas se adaptaban. Ahora, los ciclistas proponen y los organizadores se pliegan, reverencia incluida, a los retales de la desmemoria. Mientras tanto, los sufridores de la ruta, que son los aficionados, a soñar con tiempos mejores. 


JM

Comentarios

  1. De acuerdo pero cuando salgan de Monaco no esperamos nada mejor. Cada año vamos a peor y encima parece que nadie le importa

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