Frank Vandenbroucke y la etapa de Ávila


Nos trasladamos al 24 de septiembre de 1999. Sí, 25 años atrás, cómo nos gustan las efemérides, excusas para traer el sabor de pequeños tragos a la memoria. Era la Vuelta a España de Ullrich, de Olano, del Angliru, pero acabó siendo la Vuelta de Frank Vandenbroucke, quien vino a pintar un cuadro en formato de autorretrato que ha quedado colgado en cualquier museo del buen ciclismo que se precie. La tarde en Ávila estaba a caballo entre los últimos coletazos del verano y el inicio del otoño. El repechón empedrado de las murallas sigue escondiendo fantasmas, como el de Hinault, el de Fignon, el de Jalabert y, desde esa tarde, el de Vandenbroucke, quien firmó la más bestia de las exhibiciones presentes alguna vez en ese rincón de la ciudad.

La historia la protagoniza un ciclista bastante particular. Los genios, a veces, coinciden con formas de vida lejanas al orden, a los cánones de virtud que cualquiera recomendaría a un ser querido. A veces la suerte ni el contexto acompañan. Anécdotas mil, como participar en una carrera amateur bajo pseudónimo y utilizando la foto de Tom Boonen en la ficha. La mítica de Teruel y la azafata, gran motivación para regalar la primera de gran exhibición de aquella Vuelta a la que nos vamos a referir. "Si gano, quedamos esta noche". Dicho y hecho. Se casó con una azafata del Saeco a la que conocería durante estas mismas tres semanas, pese a estar comprometido con una novia anterior, madre de su primera hija. Intentos de suicidio fingidos, reales y finalmente el fatal desenlace de su muerte, en Senegal, diez años después de Ávila, debido a un fallo cardiaco después de mezclar fiestas, fármacos y compañías mejorables. Iba a ser firmado, se cree, por el Fuji-Servetto de cara a la temporada 2010.

Si regresamos a la efeméride, Vandenbroucke acabó la Vuelta como una de las estrellas del momento. Ya lo era, como corresponde a todo vencedor de la París-Niza o de la Lieja-Bastogne-Lieja. Pero lo que vino después fue otra dimensión, la puerta que comunicaba la realidad con la leyenda. Cruzó y desde Ávila todo el mundo presente de una forma u otra, en directo o en diferido, es consciente de lo extraordinario de lo visto. Esa última semana dio la sensación de que de haber consistido en cuatro semanas de carrera, el maillot entonces oro hubiese estado en disputa. Y mira que Jan Ullrich se encaramó con fuerza a él durante esos últimos días, yendo de menos a más, con jerarquía. Frank incluso sirvió de ayuda al ciclista del Telekom, quien flaqueó en Abantos, antepenúltimo esfuerzo. Cofidis, con únicamente dos hombres en liza, cedió dinero con interés alto a un banco alemán. Entre crediticios anduvo el juego. A VDB le dio para sacar el córner y rematarlo. 

Si una vez expulsado del Unibet belga en 2006 se dejó ver por carreras amateur con licencia falsa y jugaba con los chavales para retirarse a un kilómetro de meta, aquí anticipó ese dominio, pero ante varios de los mejores corredores del momento a nivel internacional, que parecían ese día de cartón piedra. Controló el tinglado en Serranillos, puso marcheta en Navalmoral hasta quedarse solo, se dejó atrapar llegado el ventoso y ligero descenso hacia Ávila y, llegado el repecho empedrado de las murallas, dejó que Mikel Zarrabeitia sirviese de liebre para soltar uno de los ataques más bestias jamás vistos. En dos pedaladas se zampó la cuesta. Si hubiese querido, le hubiese dado tiempo a parar en algún bar a tomarse unas revolconas. El grupo de favoritos, hecho harapos. Ganó y se convirtió en el favorito número uno para el Mundial de Verona. Pero, como todos los genios, cuando el foco apunta durante tanto tiempo y de forma tan consensuada, todo puede cambiar. Freire salió por el córner y empezó a escribir su leyenda, al tiempo que Frank dejó de escribir la suya, al menos en tendencia ascendente. 

Nadie en su sano juicio podía imaginar que se trataría de la última victoria de nivel del belga. Pero es que lo único bien amueblado en esta historia era el caos, al igual que el talento de un ciclista que prefirió vivir otra realidad, la hedonista, muy alejada del sacrificio necesario para seguir escribiendo páginas de un libro que prometía y terminó, como su proceso vital, inacabado, con demasiadas páginas en blanco. El valón nos dejó con 35 años, y es imposible no acordarse del paralelismo con los casos del italiano Marco Pantani o del precisamente abulense Chava Jiménez. Viene a la mente una frase que en cierta ocasión leí publicada, que decía: "para vivir la vida a toda velocidad, hay que aprender primero a frenar".

JM

Comentarios

  1. Yo con VDB siempre he tenido un sentimiento encontrado. Las dudas acerca del dopaje han nublado las grandes prestaciones como ciclista

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