Egan Bernal y la espina dorsal del ciclista
Hay más en lo simbólico que en lo real. Que Egan Bernal se proclame campeón de Colombia en contrarreloj y en línea no hubiese sido noticia en el ciclismo prepandémico, cuando el campeón del Tour de Francia y Giro de Italia aún era el ciclista top del momento, con la juventud, las portadas y el poder de la tendencia de su lado. La circunstancia, que sacudió al mundo en forma de virus global primero y al colombiano en forma de autobús después, se hizo más fuerte. El panorama es otro, es evidente. Antes del aterrizaje de los grandes ciclistas mediáticos en el aeropuerto internacional, lo había hecho el bogotano, quien arremolinaba a su alrededor toda esa prensa que hoy persigue a quienes ocuparon el nido vacío. En el caso de estos grandes talentos, el olvido llega, pero el recuerdo permanece en forma de ascua, siempre esperando un recodo de oxígeno que reavive fuegos pasados. El gran campeón vuelve a lo alto de un podio cuatro temporadas más tarde, desde que el rosa se abriera paso en la bandera colombiana y la bandera colombiana en Milán, donde Egan voló tan alto que la caída tuvo que ser fuerte por necesidad.
Pasara lo que pasara, el papel histórico del ciclista de Ineos quedaría intacto. El susto que nos dio el primer maillot amarillo en los Campos Elíseos para Colombia fue tal que encogió el alma. Tanto que verle de nuevo sobre una bicicleta apretó el nudo en la garganta. El ciclista quería transformar el amarillo en rosa y el rosa en rojo, es decir, conquistar las tres grandes y pasar así a una plataforma superior. El rojo llegó a su maillot, sí, pero en forma de accidente, del que oficialmente se desprende proclamándose campeón de su país. Lo fue por primera vez en 2018, en contrarreloj, con apenas 21 años recién cumplidos. Ahora, por primera vez lo consigue en línea, en combinación con un nuevo triunfo en la crono. Tercer ciclista en la historia en conseguir el doblete. Los milagros a veces se hacen realidad. Pero no hay milagro sin sacrificio en silencio, sin focos, en la soledad de quien trabaja entre incertidumbres para ese día de mañana que a veces no llega, bajo la certeza de que sin todo ese esfuerzo el día de mañana no llegaría jamás. Trabajo ciego de quien pasó de héroe a cenizas y quien supo recolectarlas para construir con ellas una catedral al verdadero héroe, que es quien se levanta de las desgracias, quien las mira a los ojos y las derrota. Con sencillez, con la misma clase con la que superó al Iseran, al Giau y a todos los rivales que se pusieron en frente.
Bernal regresa al carro de la victoria, un triunfo celebrado y compartido por todos. Con la alegría de quien mira al éxito de quien lo merece. Porque la gente celebra al verdadero campeón, que es el que brilla cuando hace sol, pero que ante un cielo nublado no ceja en su empeño de abrirse paso entre las nubes. Como la versión mejorable de Egan camino de los Lagos de Covadonga. Como en las pedaladas al vacío de aquel infausto 24 de enero de 2022. El barco que se abre paso en la niebla lo hace en el mejor momento, cuando los pasos del Ineos británico parecen más los del esqueleto del gran dinosaurio que fue y ya no es. Si Bernal arrima un saco de clase en forma de hombro, tal vez se produzca el electroshock necesario para que el equipo empiece a volver por sus fueros. Y sino, al menos, será el prólogo de una nueva vida para el ciclista colombiano, quien ha confirmado el regreso al reino al que pertenecía, que era el de los triunfadores en un mundo tan complicado y complejo como el ciclismo profesional. Un pelotón que no era el mismo sin él, y que ahora que ha sabido hacer camino, vuelve a contar con una gran leyenda que planta un corazón en meta que más que un gesto es un mensaje para el Bernal del pasado, del presente y del futuro: ama al ciclismo.
JM
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