25 años del ciclismo de corto alcance
Érase una vez una carrera ciclista que una vez tomó la decisión de reducir la distancia de sus etapas. Se trata de la anteriormente conocida como Vuelta a España y actualmente La Vuelta. En el año 2000 redujo la distancia de sus etapas para bajar de los 3.000 kilómetros, una barrera que era sobrepasada con garbo por todas las rondas de tres semanas. Incluso la de los 4.000. La Vuelta a España del año 2000, esa del cambio de milenio, la post-estreno del Angliru, la de Heras contra Casero con una contrarreloj final bien chula por las calles de Madrid, recorrió 2904 kilómetros a lo largo de la geografía española. Con la excepción de un breve periplo por suelo andorrano. Veintiuna etapas. Por ponerlo en contexto, el primer Tour de Francia (1903) recorrió 2428 kilómetros en tan solo seis días. Épocas diferentes, contextos y todos los tópicos que se quieran añadir, pero los datos son los datos.
"Para que los ciclistas descansen sobre la carretera, que lo hagan en sus hoteles", argumentó Enrique Franco, mandamás de la empresa Unipublic. Desde aquel día, el ciclismo ha evolucionado a lo que antiguamente se conocía como "kilometrajes de juveniles". 25 años más tarde, el ciclismo femenino parece haber estabilizado una prueba reina como el Tour de Francia, cuya etapa más larga consta en 2025 de 166 kilómetros, la que llevará a las ciclistas de Futuroscope a Guéret. En aquella Vuelta, y descontando las tres cronos, un total de doce etapas tenían un kilometraje inferior. Otras cinco superaban esos 166 en menos de diez kilómetros. Por poner en contexto también. La fiebre del cicloturismo (burbuja) diseña, en ocasiones, recorridos más largos para esos aficionados que para los ciclistas profesionales. La QH son 200 kilómetros. La bellísima Larra-Larrau unos 134, kilometraje exacto de la etapa final de la Dauphiné 2025 profesional. Siempre ha habido etapas cortas. Por ejemplo, una distancia similar a estas últimas bastó a Ocaña para poner a Merckx contra las cuerdas camino de Orcieres-Merlette. Diferencias entre la excepción y la norma. Poco se habla de los 251 del día siguiente camino de Marsella y del espectáculo mayúsculo que supuso el contrataque del Goliath belga.
Cada cual es libre de aplicar a su casa la receta económica que considere. O encabezar la campaña de marketing que le plazca, sólo faltaba. También, entiendo, lo somos los demás de interpretar la obra. Es como comparar las pinturas rupestres de Altamira con un cuadro de Velázquez y a éste con Kandinsky. Algunos pensarán que las primeras y las últimas mencionadas son meros rayajos. Otros considerarán al intermedio una especie de concepción antigua del arte. ¿Quién tiene razón? En momentos donde la realidad se manipula y distorsiona tanto (y nosotros, borregos, nos dejamos colar el gol), no es mala solución hacer uso del ancla, pararse, ponerse a mirar alrededor y pensar. Osea, Garin y cía eran capaces de recorrer Francia en seis etapas. Ves el mapa rudimentario de aquella edición de 1903 y realmente parece una vuelta al país. Comparas con los mapas de 2023, por ir a un caso extremo, o algunos últimos de la Vuelta (antes a España) y parece que en lugar de recorrer se contrae. La diferencia entre un buen chuletón con patatas y una reinterpretación de Ferrán Adriá del concepto en plato grande (¡qué ciclista!) y porciones mínimas a precio de oro (el bocado sale a hipoteca y media).
El Tour intentaba dar la vuelta a Francia, con lo grande que es (quien haya recorrido de punta a punta el país en coche sabe de lo que hablo). Pero bueno, deberemos suponer que los tiempos cambian, que las cosas cambian con ellas y que la naturaleza de estas también. La Coca-Cola se supone que era para las "once y media" y hay personas que la toman para desayunar; los políticos se suponen gestores con el bien común como faro; los bates son para jugar al béisbol y no para asaltar comercios ni cerebros. Las grandes vueltas (con minúscula) no están pensadas para los aficionados, sino para que los ciclistas que no quieren correrlas protesten menos o las cuatro vedettes que restan en el pelotón luzcan palmito en ellas. Ni siquiera para que gane el mejor, concepto arcaico y denostado. El día que llegue al atletismo, acortan los 100 metros lisos para que gane un británico, un neozelandés o un francés con fines mediáticos, económicos o de ambas índoles.
Y así van las audiencias. En los años 90, las etapas míticas de Induráin superaban los 6 millones de espectadores en suelo español. Ahora, con el duelo Pogacar-Vingegaard por el Tour de Francia, ni siquiera se alcanza el millón y medio. Se ha leído una y cien veces que es un duelo híper estelar y que el ciclismo actual es el más espectacular jamás visto. Espacio reservado para el contexto, las excusas de mal pagador y demás. Sí, vale, pero hubo seis millones de personas mirando que el ciclismo no ha sabido retener. Es más, sus únicas respuestas han sido regresivas, echando la culpa al empedrado (dopaje, aficionados, crisis, globalización, huellas de carbono, financiación...) en lugar de mantener la esencia. Oye, por probar... A lo mejor se llevan una sorpresa. No sucederá.
PD1: ¿y si esta disminución de miradas se debiera, por un casual, a esta deriva minimalista?
PD2: como hay que aclararlo todo para quienes tienen la bandeja de entrada repleta y rebotan el mensaje, nadie está pidiendo días de 482 kilómetros, ocho contrarrelojes de 72 kilómetros ni etapas de ocho puertos de primera. Equilibrio, sentido común y que la realidad empiece a casar como las piezas de un puzle que por una vez se termine de construir. Que el profesional haga más kilómetros que el cicloturista, que las grandes vueltas se diseñen pensando en el espectáculo y en convencer al aficionado más que darle por sentado y hacerle comulgar con ruedas de molino (¿se sigue diciendo?), insultando y despreciando a quien no lo haga.
JM
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