Algo pasa con el Giro de Italia
Como aficionado, sigo el ciclismo desde que el mundo es mundo para mí. El Giro ha sido parte de los highlights de cada temporada, regalándonos imágenes del "país más bello del mundo" desde la carrera "más dura del mundo", en palabras de su antecesor, Angelo Zomegnan. Ese osado lema es combatido por la actual dirección, presa de una moda ciclista que ahonda en vehículos que dirigen sus ruedas hacia una dirección diametralmente opuesta a los puntos fuertes históricos del Giro de Italia: grandes etapas de grandes montañas. Ese abrazo a los nuevos tiempos ha obligado a tomar una serie de decisiones que, en mi opinión, han terminado por desdibujar los trazos que restaban de esta carrera, absorbidos por un contexto que escriben a partes iguales la situación y el clima del mes de mayo y las derivadas del dichoso World Tour.
La realidad es multicausal y compleja, en torno a una sociedad a punto de desbordar que vaga distraída en torno al dictado de la pantalla del teléfono. Las radiografías, por tanto, no admiten miradas de una sola arista. En el término medio se encuentra la virtud, decía Aristóteles. Pero no hay espacio sino olvido para la mesura y el equilibrio en un mundo que reclama lo que bebe: ideas polares. El Giro ha sido el último bastión en caer, el último representante de un modo de ver el ciclismo que enamoró a muchos que ahora se quedan en la cuneta, víctimas del aroma populista impregnado por aquellos a los que no les gusta este deporte ni como afición ni como profesión.
No quiero decir que todas las evoluciones sean negativas, ni mucho menos. Tan mala es la falta de virajes -que se lo digan al Titanic- como el exceso de ellos. Aquí sí aplica Aristóteles en compañía de Heráclito. Bajo la moderna y errónea creencia de que el tiempo de reposo es perdido, la Vuelta ha elevado el influjo de sus etapas cortas e intensas a todo el calendario, con excepción de las clásicas más asentadas. Los brazos tentaculados del pulpo han abrazo al Giro de Italia, que diseña menús en base a complejos, miedos y concesiones a las presuntas estrellas invitadas que acuden a degustar una fórmula sencilla de constar en el palmarés de una gran vuelta. El mínimo común múltiplo que las tres han alcanzado les permite ser parte de un juego de encontrar las diferencias en las revistas de pasatiempos (nivel difícil).
Mientras tanto, el paradigma no encuentra oposición. Las nuevas generaciones de ciclistas y aficionados no habrán vivido otro ciclismo y, por tanto, no se puede reclamar algo cuya existencia se desconoce. Y, oye, si todos estos movimientos sísmicos suceden para ordenar el ciclismo de una forma eficaz, bien. Pero es que las consecuencias han ido erosionando una carrera sin demasiados rasgos distintivos que ha terminado por cancelar la fecha prevista de presentación de su recorrido para 2025. Y lo hace sine die. Lo más preocupante, en cambio, es el frenazo de los rumores en torno a los orígenes y destinos que estaba poco a poco copando la actualidad ciclista. Con la escasa transparencia que acostumbran estos sucesos, se desliza desde RCS que nada tiene que ver con la salida desde Albania. ¿Tiene que ver con la falta de etapas comprometidas? En tal caso, más preocupante aún. Los más apocalípticos ponen en duda incluso que la próxima edición llegue a término. Como corra la pólvora entre los buses de los equipos, me gustaría ver cuántos se arriesgan a incluir el Giro en el calendario. Es cierto que el movimiento para presentar el mismo día la versión femenina y masculina era una pirueta tan arriesgada que obligaba a salida a hombros o enfermería.
Si alguien evoca la grandeza e historia del Giro de Italia recurre en primer lugar a las grandes montañas que en Italia habitan. Muchos ciclistas han huido de ellas del mismo modo que lo hacen en la actualidad de sus versiones de juguete. La carrera se encuentra en un limbo que flota a merced de los soplidos de ASO y de los corredores, quienes han ocupado el espacio que la organización no quiso ocupar en su día. Como en el Monopoly, sabes que una calle libre es cuestión de tiempo que sea ocupada. En Asti retrocedieron y los ciclistas han ganado una voz y una fuerza que mantiene al Giro en vilo ante cualquier incidencia en forma de mal tiempo o capricho sobrevenido. Ceder al chantaje tiene un problema adjunto, y es que se reproducirán sin remedio por un precio cada vez más elevado. Ese miedo al qué dirán los diseñadores de programas ciclistas ha derivado en etapas que se quedan a medio camino entre apuestas reales e intenciones efectistas.
Pasa con el tan manido sterrato, terreno con gracia de forma ocasional por la novedad que se introduce a baja intensidad para que no decida en demasía la carrera (otro de los cánceres del ciclismo de hoy). Pasa con la rumoreada llegada a Bormio esquivando Gavia y Stelvio, puertos que no tiene el Tour de Francia ni la Vuelta, obsesionada con enseñar solo el 10% de las posibilidades orográficas de España. Sucede con el maltrato sistemático a las contrarrelojes, socialmente aceptadas en número escaso y breves kilometrajes. También con la obsesión por modificar su ADN para atraer a ciclistas que no quieren acudir si no es a cambio de grandes sumas. El Giro era y debe ser una máquina de quitar y poner mitos. ¿Quién era Marco Pantani antes de cruzarse en el camino de Miguel Induráin? ¿Y Savoldelli? ¿Y Simoni? No todas las ediciones serán épicas, es evidente. Pero todas las grandes historias que el Giro ha mimado hasta la fecha han tenido que ver con las grandes cimas. Renunciar a ellas es renunciar a las mejores armas con las que cuenta el Giro para pelear cara a cara contra gigantes en su propio terreno y bajo sus propias reglas.
Complejos y condicionantes aparte, no es menos cierto el grave problema que sufre el Giro por parte de la fecha, el clima y el World Tour. Muchos de los ciclistas que acuden a formar parte del pelotón que surca Italia de costado a costado elegirían no hacerlo. Principalmente porque el frío es enemigo, y la altitud implica manguitos, abrigo y bajadas gélidas. La falta de equipos italianos es otra lectura importante. Las razones son complejas, pero es un hecho que la globalización ha otorgado partes del pastel a países que antaño nada pintaban en el contexto internacional, como Australia o Reino Unido. Los petrodólares han arrastrado de los pelos a la tradición. España conserva una bandera en el World Tour, pero Italia no ha sabido. Sin ese interés de consumo interno y esos ciclistas que ubicarían un pin sobre el mes de mayo, el poder gravitacional del Tour espanta a todo aquel que no sea un veterano buscando nuevos retos o un joven buscando galones.
La merecida fama de traslados excesivos e incómodos, el disuasorio de dibujar un puente de seda para añadir al palmarés a figuras financiadas por la propia organización, la presión de otros agentes y la falta de interés por parte de ciertos puntos de referencia de la prueba (¿cuánto lleva Milán fuera del Giro y de la San Remo y por qué?) son otros factores a tener en cuenta. Las soluciones son complicadas porque implican grandes y arriesgadas apuestas. Es lo que tiene no haber afrontado las situaciones con un puñado de valentía en su momento, que ahora necesitarán sacos y sacos de ella. Trazar una alternativa con respecto al Tour puede ser una buena idea. ¿Vosotros poca crono? Yo, cuatro. ¿Vosotros muchos finales en alto? Yo, pocos. Ese antagonismo ha funcionado toda la vida, pero en la actualidad ha dejado de regir. En lugar de regalar dos kilos a la participación de un ciclista, ¿por qué no destinar uno al vencedor? Si ganar el Tour supone medio millón de euros, doblar esa cantidad seguro que animaría a más de un ilustre a probar suerte, gregarios incluidos.
En este terreno de nadie, el Giro tiene mucho que perder. Las ediciones pasarán, los problemas se acentuarán y el resquebrajamiento del suelo pondrá en riesgo la celebración de alguna edición. Por ello, clasicismo real, sin abusos, atrayendo al aficionado, que ha sido siempre fiel. Son ellos los que hacen carrera, los que garantizan que, pase lo que pase con las estrellitas de banderas cada vez más lejanas y diversas, la Corsa Rosa gozará de color, de espectacularidad e interés. Pero, para ello, sería necesario que la organización baje el balón, la cabeza y los pies al suelo para empezar a jugar el balón desde atrás, con buena raíz y respetando lo que les ha traído hasta aquí para seguir siendo así una de las carreras más queridas y esperadas año tras año.
JM
Fotos: RCS
Colega, vuelves a dar en el clavo. Comparto el analisis como he dicho en redes. Me parece que las grandes podian cambiar de orden cada año. Así nadie se ve perjudicado
ResponderEliminarHablar que no hay Giro es muy aventurado
ResponderEliminarSaludos desde Colombia
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